Errores de un terapeuta novato (III)

Psicoterapia

 

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Es difícil escribir sobre mis errores como terapeuta novata porque, de alguna manera, me sigo considerando algo novata cada día que voy a trabajar. Y es que esta profesión nuestra no es de esas en las que aprendes lo que tienes que saber y listo. Algo de formación de vez en cuando para actualizarse y ya.

No.

Para mí la vivencia de la psicología es la de estar en continuo movimiento: en continuo cambio. Por mucho que contemos con unas bases sólidas, que hemos estudiado y que conocemos, los avances son constantes. No se puede dejar de leer nunca (no escribo que no se puede dejar de ir a cursos nunca porque la línea que separa la necesidad de formación de la “titulitis” es muy fina y daría quizás para otro post). Y con cada nueva lectura surgen nuevos aprendizajes que implican un proceso de cambio en tu forma de trabajar. Asimilación y acomodación constantes que diría Piaget. Pero ese no es el único movimiento continuo al que estamos sometidos los psicólogos. Nuestros clientes son nuestro mayor reto en cuanto a cambio.

Cada cliente implica una nueva adaptación. Cada cliente hace que vuelvas a ser un poco novata. Quizás la diferencia entre este novata con experiencia y la novata sin experiencia de los primeros días de residencia es que la paralización (porque no podemos negar que casi todos nos hemos sentido paralizados con nuestros primeros pacientes) deja paso a una especie de tensión que hace que afrontes cada caso son exigencia, que asegura que te esfuerces, que trabajes el caso, que no lo tomes como algo que ya has visto antes… y es que cada persona que llega a nuestra consulta es diferente a la anterior. Y eso siempre será así.

Miedo a llorar

Antes de hablaros de algunos errores concretos de mis inicios, me gustaría comentaros un miedo que tenía cuando comencé la residencia: temía ponerme a llorar delante de los pacientes. Quizás os parezca un poco raro: ¿alguien que estudia psicología y tiene miedo de llorar cuando una persona le cuenta sus problemas? Pues sí.

Me angustiaba mucho que el sufrimiento de los pacientes me tocase hasta el punto de llorar en la consulta. Sin embargo, nunca pasó. No voy a negar que con algunos casos especialmente difíciles, las lágrimas se quedaron a punto de aparecer. Pero siempre fui capaz de contenerme y al mismo tiempo empatizar con la persona que tenía enfrente. Llorar no hubiese estado bien.

Pero ser impasible en esa escucha activa que requiere nuestra profesión, tampoco. Muchas veces he pensado cómo había logrado no llorar y, la verdad, no tengo una respuesta clara. Supongo que el PIR me dio, entre otras muchas cosas, la posibilidad de ir poco a poco, casi siempre con un adjunto acompañándome. Como si fuesen cuatro años en los que vas “haciendo cayo”. Y, bueno, eres un profesional. Eso también cuenta.

Os cuento este miedo porque creo que se puede relacionar con un error de principiante que es pensar que tenemos que ser como una especie de forenses de problemas y emociones que “destripan” a sus clientes sin ver más que un cuerpo frío. Y no es así, hay un punto medio entre llorar por lo que tus pacientes te cuentan y mantenerte emocionalmente ajeno a ello. Y ese punto intermedio es, en mi opinión, el deseable.

Juventud sinónimo de inexperiencia

Este error quizás es más común. ¿Cuántas veces al comienzo de vuestra carrera profesional habéis pensado que vuestro paciente iba a pensar que eráis demasiado jóvenes para poder atenderle adecuadamente? Yo estaba convencida de que muchos pensarían que acababa de salir de la carrera y que no iba a tener ni idea de qué hacer con ellos. De hecho, reconozco que al principio estuve tentada de ponerme la bata sólo para parecer más seria. Y, bueno, tengo que decir que ningún paciente se negó nunca a que le atendiese yo por muy joven que me viesen, aunque incluso lo señalasen.

Las dudas sobre mi competencia estaban en mi cabeza. Recuerdo una rotación en la que pude trabajar en equipo. En la primera entrevista, recibíamos a los pacientes mi adjunto y yo y tras explicarles que uno de nosotros estaría en la consulta con ellos y otro en la sala de observación, les pedíamos que eligiesen quién querían que se quedase con ellos. Cuando mi adjunto me explicó este procedimiento automáticamente pensé que yo no me quedaría nunca en la consulta, porque lógicamente todos elegirían al hombre al que se le atribuye más experiencia que a la chica jovencita. Pues nada de eso. A la mayoría de los pacientes les daba igual, entendían que los dos estábamos preparados para estar allí. Alguna vez eligieron a mi adjunto. Pero no fueron pocas las veces que me eligieron a mí.

Parálisis por observación

Nunca me cansaré de repetir todo lo bueno que tiene el PIR como formación. Entre todo eso, sin lugar a dudas, está el aprendizaje guiado. Antes siquiera de comenzar a preparar el examen ya tenía claro que ésta era una de las razones por las que quería sacar el PIR. Pero luego llega el primer día que un adjunto te observa… y se te olvida preguntar a los pacientes el nombre. ¡Qué vergüenza! Estaba tan pendiente de que mi adjunto me estaba observando, tan nerviosa por hacerlo bien, por no equivocarme… que olvidé lo más básico.

Con el paso del tiempo, no demasiado, me acostumbré rápido a eso de ser observada. Y tengo que decir que son todo ventajas. No sólo en la fase de aprendizaje. Como sabréis por otros post, en Andainas trabajamos en equipo y saber que mi compañera está ahí es como ser equilibrista y cruzar la cuerda con una red debajo: no puedes romperte nunca los huesos contra el suelo. Y eso es fundamental no ya por ti, sino por tus clientes. Les aseguras la mejor la atención.

No penséis que no hay más errores y más miedos de los que os podría hablar. Como escribir historias clínicas interminables que luego es dificilísimo leer a tiempo y que están repletas de información que no es relevante. En fin, un poco de todo. Pero lo importante es que con el tiempo y con ganas y esfuerzo, los errores y los miedos cada vez son menos. Aunque como os decía al comienzo, creo que siempre es bueno mantener cierta tensión de novata con cada nuevo caso.

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