Los diagnósticos y la psicoterapia

Psicoterapia

Uno de los primeros post que escribimos en este blog es el de ¿para qué sirven los diagnósticos en Salud Mental? En él reflexionábamos sobre el peligro de las etiquetas y en cómo éstas pueden impedir la mejoría de los pacientes.

Ya no sé cuántas campañas han existido acerca del estigma, luchando contra los estereotipos y las etiquetas.

Sin embargo, ahí siguen: los diagnósticos clínicos. Como si fuesen imprescindibles para hacer terapia. Es más, cada vez aparecen síndromes nuevos que están a la orden del día. De hecho ahora es la época del archiconocido “síndrome postvacacional” al que ya le hemos dedicado un post entero el año pasado.

Cuando empecé la residencia lo primero que me enseñaron, aparte de la burocracia necesaria y los procesos asistenciales, era a hacer una buena exploración psicopatológica, a diagnosticar como es debido.

Todavía recuerdo andar por ahí con una chuleta en el bolsillo donde ponía todo lo que debía preguntar y cómo debía empezar la historia clínica (mujer, 34 años, atenta y orientada en las tres esferas, no sintomatología ansiosa, tristeza, anhedonia, pensamientos de muerte poco estructurados pero con fuerte carga afectiva, no alteraciones de la esfera psicótica, tendencia a la clinofilia, alteración en el grupo primario, no rasgos patológicos de personalidad…).

Me lo aprendí como mis padres aprendieron el padrenuestro. Lo cierto es que a mí me sirvió durante un tiempo, me daba cierta seguridad saber qué era lo que tenía que averiguar de la persona que tenía delante.

Es más, cuando terminé y conseguí mi primer trabajo de facultativa en un centro público, tenía a un PIR a mi cargo y ¿a que no sabes qué fue lo primero que le enseñé? ¡Exacto! Le copié la famosa chuleta que yo llevé conmigo durante todo un año.

Menos mal que después le presté el libro de José Luis Rodríguez Arias para resarcirme.

Ojo, no estoy haciendo una crítica a la residencia, la sigo defendiendo como la mejor manera para formarse como terapeuta. Por lo menos la exploración psicopatológica la hacíamos con pacientes reales y no con supuestos casos en un libro. Además, luego aprendí a hacer la misma exploración psicopatológica que me exigían pero haciendo una primera entrevista centrada en soluciones en vez de en el síntoma.

Conseguí hacer lo que yo consideraba mejor para mis pacientes sin que “los de arriba” se enterasen.

No era la única, muchos de nosotros nos tomábamos el diagnóstico como un trámite burocrático, algo que tenía que tener la persona para que pudiera acceder a los servicios públicos de salud mental.

Por supuesto, siempre intentaba ser lo menos estigmatizante posible y mi consulta estaba plagada de trastornos adaptativos. Cosas que pasan, otros las tienen llenas de trastornos de personalidad o de distimias.

Sé  que no está bien, que hay un problema cuando es necesario etiquetar a alguien como enfermo para poder ayudarlo. Tal vez si volviera ahora, haría las cosas de manera diferente.

Pero al final opté por tener un sitio propio donde trabajar con mis normas, sin diagnósticos de por medio. No los necesito para trabajar, como ya no tiene ningún objetivo burocrático, la etiqueta deja de cumplir la única función que tenía.

Esto me ahorra tiempo, no tengo que escribir el padrenuestro después de cada sesión y me puedo centrar en lo verdaderamente importante que es lo que quiere conseguir el paciente acudiendo a consulta.

Cuento todo esto porque todavía veo a mucha gente anclada en el diagnóstico, sobre todo a profesionales que no son capaces de trabajar si no tienen a alguien con un diagnóstico delante.

Soy consciente de que es difícil deshacerse de esa mirada, pero no es imposible. Sólo hace falta cambiar de gafas y empezar a ver a la persona en vez de al síntoma.

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