En mi segundo año de residencia tuve que rotar unos meses por la Unidad de Agudos del hospital. Como en ese momento no había psicóloga/o en la Unidad, estuve todo el tiempo con psiquiatras. Creo que fue de las rotaciones en las que más aprendí…lo que no me gustaría hacer con los pacientes que tengo delante.
Ojo, no por los psiquiatras, que me trataron estupendamente y algunos siguen siendo amigos, sino por el funcionamiento en sí de todo el sistema. Creo que las cosas se podrían hacer de manera diferente y sin implicar un aumento del presupuesto.
El caso es que una frase bastante extendida por esa Unidad era la de: “ese/a paciente lo que quiere es ingresar.”
Yo pensaba: “¿en serio que lo que quiere es ingresar? ¿Cómo de mal tiene que ir la vida de alguien para que quiera ingresar en esta Unidad de Agudos?”
Les decía que si alguien pedía ingresar en la Unidad de Agudos debía ser porque realmente lo necesitaba. La mayoría me miraban con cara de condescendencia como si yo fuese demasiado ingenua pero hubo alguno que me dio la razón. Me conformo con eso.
Hoy en día, unos años mayor creo que sigo siendo igual de ingenua con esto. Sigo pensando que alguien tiene que estar muy desesperado/a para pedir un ingreso voluntario. Si las unidades no fuesen como son, tal vez lo vería más razonable pero ahora mismo creo que es un puro acto de desesperación.
¿Y para qué cuento todo esto? Pues para decir, desde este rinconcito del mundo, que hay una manera diferente de tratar a las personas, de considerarlas con voz propia y atender lo que están diciendo.
Que todo cambio empieza con un pequeño pasito.
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