Prometo que esto fue verdad. No me lo estoy inventando para contar una historia guay.
Después de mi primera baja de maternidad, sentía que había desconectado tanto, tanto de la psicología que no me iba a acordar ni cómo se empezaba una entrevista.
¿Psicología? ¿qué era eso? Si yo solo sabía hablar de cacas, pañales, lactancia y horas de sueño perdidas.
La cuestión es que en algún momento tenía que empezar así que fijé día y hora.
Mi compañera me dijo que ese día había una nueva y que si quería ya la veía yo.
De acuerdo, adelante.
¿Sabéis cuál era la queja de esa paciente? Pues que acababa de tener un bebé hacía cuatro meses y estaba desbordada. El bebé no hacía más que llorar y llorar y ella ya no sabía qué más hacer. Se sentía culpable, sola y arrepentida de su decisión.
Me removió tanto que hice la pausa un poco antes de lo habitual para hablar con mi compañera.
“Menudo caso para estrenarte después de la baja”, me dijo.
Hablamos y enfocamos el caso. Yo pude distanciarme del problema y volver a ser psicóloga.
Esto es así. Hay casos que nos resuenan más que otros porque oye, también tenemos una vida. No vamos a poder evitar que no nos afecten.
Ser consciente de esto es ya el primer paso para encauzar lo que nos pasa por el cuerpo cuando aparece uno de estos pacientes. Porque podemos utilizarlo a nuestro favor.
O simplemente distanciarnos lo suficiente para tener otra perspectiva de la situación.
En ambos casos, supervisar con alguien siempre es de ayuda.
Un saludo,
Cristina
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