Hace dos semanas planteábamos este tema desde otro punto de vista: cuáles son las tres cualidades que caracterizan a un buen psicólogo.
Como nos gusta ver las dos caras de la moneda, hoy tocamos el lado oscuro. No ha sido fácil elegir tres adjetivos (probad vosotros a ver cuáles o salen) pero ahí van.
Prepotente
Un terapeuta prepotente es aquel que se más competente y más capaz que el resto de sus compañeros.
Siente que está en posesión de la verdad y por lo tanto no necesita aprender más, y si tiene que asistir a algún curso, lo hará con la intención de demostrar que él sabe más que el ponente.
En consulta, pasará algo parecido. Siente que es mejor que los pacientes que tiene delante y los trata con condescendencia. No le importa lo que tengan que decir porque él ya sabe lo que les pasa sin necesidad de preguntar demasiado.
El terapeuta prepotente sabe lo que necesita el paciente más que el paciente mismo. No siente curiosidad como para preguntar al paciente porque él ya sabe cómo ayudarlo.
Además, para hacer alarde de su sabiduría utilizará un lenguaje muy técnico, sin importarle si el paciente le entiende o no. Es más, si el paciente pregunta se encargará de hacerle sentir inferior por no saber hablar su lenguaje.
Por último, no tolera las críticas y las interpreta como una resistencia del paciente a mejorar.
Inflexible
El terapeuta inflexible es aquel que tiene solamente un par de recursos para ayudar a sus pacientes y los utiliza indiscriminadamente. Solamente maneja un par de técnicas y no sabe moverse por terrenos resbaladizos.
Todo lo que aprende lo pasa por su filtro de creencias y repite lo que dicen los libros sin adaptarlo a cada situación particular. No se adapta a los pacientes sino que pide que los pacientes se adapten a él.
Le falta creatividad para resolver problemas. No es capaz de coger las expresiones de los pacientes y utilizarlas para favorecer el cambio terapéutico. Tampoco puede imaginar soluciones creativas, fuera de la norma. Si su visión del problema no funciona, insiste una y otra vez porque no es capaz de ver otra alternativa.
Tiene unos pensamientos muy claros y no es capaz de ver más allá. Como consecuencia, tenderá a juzgar a los pacientes si estos se apartan del camino marcado por el terapeuta.
Sobreimplicado
La tercera característica es la de la sobreimplicación. El terapeuta sobreimplicado se angustia y se enfada con facilidad durante la terapia. No sabe separar sus propias emociones de lo que está ocurriendo en la consulta con su paciente.
Riñe a los pacientes si no han hecho las tareas que habían acordado y los sermonea con la amenaza de “como sigas así vas a acabar mal.” También trata con lástima a los pacientes, viendo sólo su parte enferma y olvidándose de su parte sana.
Además, está más interesado en estar en la terapia que el paciente mismo. Se angustiará si el paciente expresa que ya no quiere volver más o si falta a las citas, o si el paciente no mejora.
Un terapeuta sobreimplicado se identifica demasiado con el problema que no puede ayudarlo porque ve la situación con los mismos ojos que el paciente. Por lo tanto, igual que él, no encuentra una solución posible.
En resumen, prepotencia, inflexibilidad y sobreimplicación son las tres características que ningún terapeuta debería tener. Si eres un paciente e identificas alguna de estas características en tu terapeuta, cambia lo antes posible porque lo más probable es que no te esté ayudando. Si eres un terapeuta y crees que te ocurre algo de lo que hemos hablado hoy aquí, no dejes de formarte para que puedas superar esas dificultades.
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