Esta semana le doy voz a mi compañera Elena, que nos cuenta sus errores de terapeuta novata. Porque como digo siempre, de los errores se aprende, pero si es de los errores de los demás, mejor.
Os hablaré de tres de mis errores como terapeuta novata (que lo sigue siendo), los tres estrechamente relacionados y en orden cronológico de aparición.
Error número 1: Los trastornos son complejos
El primero de ellos está ligado a mi año como terapeuta recién salida del horno que comienza su formación (¡y bendita formación!). El primer error no lo descubrí yo solita, es más a día de hoy me doy cuenta de que estaba bastante lejos de hacerlo; fue uno de mis formadores el que me hizo reflexionar tras una serie de rapapolvos relacionados con lo mismo, la creencia en la complejidad laberíntica de los trastornos.
Curiosamente, aunque otros errores de mi vida que no vienen al caso, me habían hecho sentir culpable, sin embargo éste resultó en cierto modo liberador porque con esa base empecé a construir mi historia como terapeuta. Salimos de la facultad convertidos en auténticos DSM con patitas,
estamos al menos cuatro años oyendo hablar de entramados casi imposibles de la mente humana y eso deja poso. Fruto de este proceso de adoctrinamiento adquirimos una perspectiva sesgada que nos hace recurrir a la complejidad para dar explicación a las preocupaciones que nos traen a terapia, e incluso cuando no la encontramos recurrimos a conceptos derivados de la misma para “justificarnos”: pacientes imposibles, resistencias, sintomatología atípica, trastornos mixtos…).
Romper con esta visión me iba librando progresivamente de ese sesgo adquirido en la Facultad . Cada vez me resultaba más disonante todo aquello que se refería a lo complejo, cada vez estaba menos asustada y se volvía mas insignificante para mi trabajo.
Pero….¿y en qué creer ahora? El perfecto sustituto lo encontré ese mismo verano durante unas jornadas de la UNED en las que oí hablar de la Navaja de Ockham, un principio que plantea lo siguiente: en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable. Llevaba tan solo unos meses de formación observando casos en la Unidad Venres Clínicos y esta frase me encajaba con gran parte de los casos que venían a parar allí; personas que a pesar de haber acudido a profesionales sofisticados, con interpretaciones de los más sofisticadas, no obtenían resultados para aquello tan difícil que le pasaba y lo que encontraban allí no era una nueva dosis 3.0, si no una visión más simple y amable.
Error número 2: Creerse imprescindible
El segundo de los errores aparece cuando trato de pasar de la observación a la acción, un error que, siendo sincera, aún no he logrado deshacerme de él por completo.
Comencé con esa mochila tan característica de los novatos repleta de entusiasmo y miedos, a medida que iba adquiriendo conocimientos se iba vaciando y sustituyendo su contenido. Al estar supervisada los resultados eran mejores, la sombra tras el espejo unidireccional siempre estaba ahí para remendar tus errores de novata.
Mi seguridad iba in crescendo, cada vez me veía más suelta y mi entusiasmo pedía acción y ahí comencé a pecar, a conocer mi parte más directiva. Esta faceta me representaba (y me representa) y empecé a dejarme arrastrar, mi cerebro estaba en plena ebullición con todo lo que aprendía y quería aplicarlo TODO rápidamente… y ahí empezaron los primeros desencantos:
- La gente no hacía aquello que yo “sabía” que le iba a venir bien.
- Las cosas no salían como había calculado
- Gente que había mejorado sorprendentemente dejaba de venir.
- Yo no entendía nada porque en cierto modo me creía imprescindible para ellos.
No creáis que desde el otro lado del espejo no me decían nada, lo hacían: por qué les hablas de x si ellos te hablan de y, debes ir por detrás, quizás ellos no querían cambiar eso, la gente deja de venir sin motivo…era yo la que no prestaba demasiada atención y reiteraba en lo mismo.
¿Pero por qué, si les vendría bien?
Yo creía que la solución era más entusiasmo y soluciones para todo, provocando al final que yo estuviera más interesada y por lo tanto perdiera sentido para ellos. Fueron necesarios un par de desencuentros y llamadas de atención para que yo saliera de ese círculo y pusiera riendas a mi caballo desbocado de la directiva, que como dije antes es algo genuino y permanece conmigo. A día de hoy me cuesta menos creerme prescindible, entender que las personas que nos visitan son expertos en sus vidas, familias y realidades; siendo el cambio inevitable y los teraputas los que debemos prestar atención a la disposición al mismo.
Es un lento proceso de desapasionamiento por cambiar…. A los demás.
Error número 3: El lenguaje técnico
Tercero y último error y en el que sigo trabajando, el lenguaje. Cuando hablo con colegas sobre esto muchos no le encuentran sentido. Sin embargo otros me devuelven miradas cómplices y eso me hace sentir que voy por el buen camino.
Trabajamos con un contexto vulnerable (en mayor o menor grado) y nuestra premisa inicial es no defraudar la confianza que nos otorgan.
Sabemos que para ello es importante tener una buena relación terapéutica, generar un contexto terapéutico, formarse, tener experiencia… Sin embargo el broche final de todo lo que contiene nuestra mochila se transforma en palabras. Las personas que llegan a nuestras consultas traen consigo a veces sus peores fantasías y durante la sesión tantean si somos merecedores de conocerlas.
La comunicación (verbal y no verbal) que utilicemos será determinante para serlo. Los pacientes no oyen nuestras bellas formulaciones, ni nuestras ideas, ni las hipótesis… sólo oyen nuestras palabras. Este es mi presente mientras trato de caminar hacia adelante.
Me ha gustado mucho este post, unas reflexiones muy útiles, yo también me he visto reflejada en estos 3 errores, creo que muy comunes en todos los que nos dedicamos a esto. Gracias Elena!
excelente! gracias por compartir ya que aprendemos todos.
Te dejas algo muy importante:que el profesional haga su propio proceso terapéutico con un psicólogo experimentado y sano.