Cuando era pequeña, había un programa de Raffaella Carrá que tenía una sección que me encantaba: el juego del “si fuera…” Consistía en preguntarle al invitado de turno preguntas absurdas del estilo:
Si fueras un árbol, ¿qué árbol serías?
Si fueras un postre, ¿qué postre serías?
Si fueras un zapato, ¿qué clase de zapato serías?
La gracia no estaba tanto en la respuesta como en su justificación. A los invitados les solía gustar porque eran preguntas que no comprometían a nada, era simplemente un juego. Ese “si fuera…” no es más que una invención, nunca nos íbamos a convertir en zapatos.
Así funciona el condicional en la mente humana: nos evoca un mundo de fantasía, de algo que es bastante improbable que suceda. Así hablan también muchas de las personas que acuden a consulta:
“Si yo no tuviera esta ansiedad…”
“Si tuviese ganas…”
“Si mi pareja no fuese tan así…”
Lo dicen como si el cambio que desean fuese improbable, o no estuviese en sus manos, como una fantasía que se tiene que quedar ahí, en la fantasía.
Una parte de nuestro trabajo es cambiar esas fantasías por objetivos alcanzables y una manera de hacerlo es comenzando a cambiar el lenguaje del paciente a través de nuestras preguntas. Por ejemplo:
“¿Qué harás cuando ya no tengas ansiedad?”
“¿Qué será lo primero que hagas cuando te vuelvan las ganas?”
“¿En qué cambiarás tú cuando tu pareja deje de ser tan así?”
¿Ves la diferencia? Mientras el condicional se mueve dentro de los límites de la fantasía, el futuro nos lleva automáticamente a una realidad próxima y alcanzable. Si las personas que acuden a consulta cambian el condicional por el futuro, querrá decir que ven el cambio mucho más posible y cercano que antes. Por eso nosotras podemos ayudarles a llegar hasta ahí utilizando preguntas de futuro y no de condicional.
¿Te habías parado alguna vez a pensar que la forma en la que haces las preguntas, condiciona la respuesta?
El lenguaje es importante, pero no lo es todo.
Un saludo,
Cristina
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