A veces ocurre, sobre todo cuando comenzamos a trabajar como psicoterapeutas. Llega un paciente, habla, tú preguntas, contesta…pasa la hora y se marcha para una siguiente sesión.
Cuando sale por la puerta, te preguntas ¿para qué vino esta persona a consulta? ¿cuál era su objetivo? y la más importante ¿le puedo ayudar yo en algo? O peor, ni siquieras te haces estas preguntas porque no tienes ni idea de por dónde empezar y piensas que en una segunda sesión lo tendrás más claro.
Pero no. Llega la segunda (y la tercera) y sigues sin saber muy bien hacia donde tirar. Personalmente, me resulta muy frustrante cuando pasa esto y parte de mi formación todos estos años se ha centrado en conseguir establecer buenos objetivos.
Es cierto que el propio contexto terapéutico, si es adecuado, aporta un beneficio en sí mismo. Por eso no tiene el mismo efecto contarle tus problemas a tu amigo en una cafetería que a un psicólogo en una consulta. Aunque la reacción de ambos oyentes fuese la misma, el resultado suele ser diferente. Por lo tanto, puede existir una mejoría en la persona que acude a consulta sin que haya unos objetivos claros.
Sin embargo, el contexto no lo es todo. Tener un objetivo en terapia es importante también. Si él, no se puede saber si la terapia está teniendo éxito o no. Lo primero que se hace cuando se programa un viaje o una excursión es fijar una meta, un destino. Pues con los objetivos ocurre lo mismo.
Ahora bien, no todos los objetivos valen. Puede ocurrir que la persona acude a consulta con un objetivo muy claro para ella pero que no nos sirva para trabajar.
Características de unos buenos objetivos
Concretos
“Ser más feliz” o “tener la autoestima más alta” no son buenos objetivos porque son demasiado vagos, demasiado abstractos.
Un objetivo bueno ha de ser lo suficientemente concreto para saber si se ha alcanzado o no.
Realistas
El otro día un paciente me dijo que lo que quería era dejar de discutir con su pareja. Sintiéndolo mucho, eso no es realista porque si convives con alguien, en algún momento habrá una discusión (de hecho le dije que para dejar de discutir con su pareja, tenían que dejar de ser pareja).
Así que a veces toca ajustar expectativas o dividir el objetivo en pequeños pasos para que no parezca inalcanzable.
Que el paciente esté de acuerdo con ellos
La última y la más importante. Sin esta condición, nada tiene sentido. Si los pacientes no saben, o no están de acuerdo con los objetivos que se van a trabajar en terapia, lo más probable es que eso termine en un abandono o un fracaso terapéutico.
Establecer unos objetivos concretos, realistas y que el paciente esté de acuerdo con ellos es una de las tareas más complicadas, al menos desde mi punto de vista. Para hacerlo, es necesario navegar entre dos aguas: la del desahogo puro y duro de la persona que acude a consulta y la de la necesidad de mantener un foco adecuado para que la sesión tenga algo de sentido.
Correr en búsqueda de unos objetivos claros puede ser contraproducente si dejamos de lado la relación terapéutica e ignoramos la necesidad de contar su historia de la persona que acude a consulta. Los objetivos no siempre tienen por qué quedar establecidos en una primera sesión.
Por otro lado, dejarnos llevar por la queja y por la narrativa del problema sin introducir ningún plan de cambio también puede poner en peligro el éxito de la terapia y convertirse en una solución intentada más de resolver el problema.
Por último, si hay duda sobre qué camino escoger, lo mejor es preguntar al experto. Es decir, a la persona que ha acudido a consulta.
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