Por lo general tengo muy buena memoria, mucha. De hecho, puedo recordar datos absurdos que sólo me valen para ganar en el Trivial (y para sacarme el PIR). Recuerdo palabras y conversaciones con mucha precisión, y me enfada un poco que a la gente no le pasa lo mismo.
Sin embargo, soy horrible para las caras y los nombres. Me ha pasado muchas veces el ir por la calle y que alguien me salude y yo no saber quién es. Por ejemplo, el otro día me saludó una mujer que yo hubiera jurado que no la había visto en mi vida, hasta que me di cuenta de que era la chica que me atiende cuando voy a hacer las fotocopias para la consulta.
¡Una persona que veo más o menos una vez al mes y no la recuerdo!
¿Sabéis por qué? No tanto porque tenga mala memoria (que no la tengo) sino porque es una cara fuera del contexto donde la suelo ver habitualmente. Su cara, sin estar rodeada de máquinas fotocopiadoras, no me sonaba de nada.
El contexto es importante, y no sólo para la memoria. La mejoría terapéutica depende mucho del contexto. Por eso no es lo mismo contar los problemas en un bar a una amiga, que a una psicóloga en una clínica. Aunque el discurso sea el mismo, el contexto lo cambia todo.
Por eso nosotras ponemos mucho empeño en crear un contexto terapéutico adecuado que facilite el cambio. “Perdemos” unos diez minutos de la primera consulta en explicarlo con todo detalle, con el objetivo de que la persona se sienta lo más a gusto posible y así, comience la terapia con buen pie.
Un buen comienzo no siempre garantiza un buen final.
Un saludo,
Cristina
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