Cuando decidí lanzarme a la piscina y alquilar un despacho en un centro sanitario para pasar consulta no sabía en donde me estaba metiendo. Fue un año donde no vi muchos pacientes, pero los que vi, los recuerdo bien.
Por aquel entonces estaba yo sola, no trabajaba en equipo y había algunos casos que, siendo sincera, me superaban. Sin embargo, pude sacarlos adelante gracias a que seguía formándome.
Todas las semanas acudía a la escuela Cambio para realizar los cursos correspondientes y poder acreditarme como terapeuta familiar. Allí, cuando había algún hueco libre, podíamos contar algún caso propio y nos echaban una mano: nos sugerían nuevos enfoques, nos proponían tareas y resolvían nuestras dudas.
Esto me hizo pensar que la figura del supervisor es fundamental para nuestra profesión. Tener a alguien al que poder contarle los casos y que te asesore de alguna manera es una forma de aprender y de conseguir experiencia. Creo que los másters universitarios están matando esta figura, te hacen creer que con 500 horas de prácticas ya estás capacitado/a para salir a torear sin protección.
No es así en absoluto. Yo no vi mi primer paciente “en solitario” (pongo entre comillas porque estaba supervisada) hasta pasados tres meses de empezar la residencia. Lo que hacen más o menos unas 420 horas observando.
Es decir, me pasé observando casos casi tanto tiempo como prácticas hay en un máster al uso. Y en realidad no había hecho más que empezar mi formación. Luego vendrían otros dos años y 9 meses de atender pacientes. Ya no hago el cálculo de las horas porque entiendo que no es necesario. De hecho ahora ya son cuatro años en vez de tres. Alguno debió ver que se nos quedaba un poco justa el período de residente.
Es más, terminé la residencia y me seguí formando, sentí que necesitaba continuar con algún tipo de ayuda para poder ser mejor profesional. Así que, igual que con la residencia, compaginaba mi trabajo con la formación. De hecho, ahora mismo estoy en un parón en este aspecto pero no descarto retomarlo en un medio plazo.
Lo que quiero decir con todo esto es que los masters obvian la figura del supervisor, la limitan a unas pocas horas de prácticas y punto. No sé por qué será que nos hacen creer que esto de la psicoterapia es pan comido y basta con leerse un par de manuales. 500-600 horas de prácticas no llegan a nada cuando se trata de atender personas. Llegan para hacerte una idea de por dónde van los tiros pero queda todo el camino por recorrer aún.
No, hay que trabajar, y mucho, para sentir que tienes una mínima idea de lo que estás haciendo. Yo no estaría aquí ahora si no fuera por todas esas personas que escucharon mis casos y mis dudas, que me aconsejaron desde su experiencia y que compartieron de alguna manera la carga emocional que conllevaba trabajar con algunos pacientes.
No sabría lo que sé (y lo que no sé) si no fuera porque no me quedé quieta en el sillón con mis cuatro técnicas pensando que si no funcionaban, la culpa era del paciente que ponía resistencia.
Ya llevo un largo camino recorrido (en 2018 hará 12 años desde que empecé el PIR) pero creo que no he llegado ni a la mitad. Espero seguir aprendiendo y aprovechando cada oportunidad.
En resumen, te diré que si quieres dedicarte a la psicoterapia, prepara el PIR pero no te conformes con terminarlo. Continúa formándote.
Y si no puedes/no quieres optar a una plaza de residente, haz un máster pero tampoco te conformes con terminarlo. Continúa formándote.
Y si ya estás trabajando, sigue sin conformarte y ¿sabes qué?… continúa formándote.
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