Imaginad por un momento que todo lo que pensáis de los demás se vuelve realidad. Si pensáis en vuestra madre con, por ejemplo, el pelo verde, automáticamente ella lucirá una melena de ese color. Imaginad también que no sólo vosotros tenéis esta capacidad de convertir los pensamientos en realidad sino que es algo común a todas las personas y que cuantas más personas piensen en tu madre como alguien con pelo verde, más tiempo durará el “hechizo” y con más intensidad brillará el color.
Ahora dejad de imaginar, porque lo que he descrito arriba ya está pasando ahora mismo. Cambiad el concepto “pelo verde” por Trastorno Depresivo Mayor y tendremos a una madre con una enfermedad que va a explicar absolutamente todos los comportamientos que tenga, pasados, presentes y futuros. Si un día llora es porque tiene una depresión, no porque se sienta sola y si pasa unos días contenta y luego se pone triste, ha tenido una recaída, no tiene un día malo.
¿Entendéis por dónde voy?
¿Creéis que la forma de tratamiento será la misma para las dos personas? ¿Entonces para qué nos sirve el diagnóstico?
A lo largo de la historia ha habido muchos intento de clasificar la enfermedad mental. Desde Kraepelin hasta ahora, las clasificaciones se han vuelto cada vez más y más específicas. Al principio de todo estaban dos tipos de “locura”: las neurosis y las psicosis. Luego los profesionales quisieron afinar más y dentro de esos dos grandes bloques fueron creando subcategorías. En la actualidad, el recientemente publicado DSM-V cuenta con 22 categorías principales, cada una de ellas con 5 o 6 diagnósticos diferentes. Son muchas las posibles enfermedades mentales ¿no os parece?
La preocupación por clasificar el mundo que nos rodea en inherente al ser humano y la locura forma parte de nuestro mundo, así que es comprensible ese afán por etiquetarlo todo. El diagnóstico en un principio es útil, es como un idioma común entre los profesionales de la salud para entendernos entre nosotros.
Medicamentos y etiquetas suelen ir de la mano |
Entonces, ¿Por qué son peligrosas las etiquetas?
Las etiquetas son peligrosas porque pueden incapacitarte o aislarte socialmente. En principio, tener esquizofrenia no es sinónimo de ser una persona violenta pero si la gente que hay alrededor lo cree así, actuará con desconfianza hacia el loco, aislándolo. Esa persona se verá de repente sola y notando como los demás escapan de ella. ¿No es terrible?Hemos llegado al extremo de que ya hay campañas que avisan del sobrediagnóstico que se está produciendo en el mundo. Ya nadie está libre de ser un enfermo. Todo comportamiento pasa a ser valorado a través del filtro de la salud mental que cada vez es más estricto.
¿Se puede hacer terapia sin etiquetar a los pacientes?
En principio no, está en la naturaleza humana el clasificarlo todo y para poder hacer terapia es necesario tener un mapa en la cabeza que nos guíe para poder entender el mundo del paciente. En psicología hay muchos mapas: el psicoanalista, el cognitivo-conductual, el humanista, el sistémico, etc.
Decir que una persona tiene una depresión o decir que una persona está intentado controlar algo que solo puede suceder de forma espontánea son ejemplos de distintas categorías, de distintos mapas.
¿Qué diferencia entonces a unas categorías de otras? Pues el grado de incapacitación que le suponen a la persona que acude a consulta y la posibilidad de cambio que permiten. Así, etiquetar no es malo a priori, al contrario, es necesario para poder desenvolverse en el mundo sin caer en el caos. Lo que son perjudiciales son las etiquetas incapacitantes, que no aportan nada a la solución del problema de la persona que acude a consulta. Son de esas etiquetas de las que nos debemos desprender como profesionales y buscar siempre aquellas otras que permitan el cambio, que favorezcan la mejoría de la persona.
¿Qué opináis? ¿Os han etiquetado alguna vez?
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