¿Qué es lo que motiva a una persona a llamar por teléfono y pedir una cita con nosotras? Imagino que habrá varios motivos pero una cosa es segura: casi nunca somos la primera opción.
Aunque las cosas están cambiando cada vez más, España no es un país de psicólogos. No estamos en Argentina o Uruguay donde mucha gente cuenta con un “psicólogo de cabecera” y la idea de acudir a un profesional no es vista como signo de debilidad o de locura.
Aunque suene a queja, no lo es en absoluto. De hecho, no ser la primera opción tiene muchas ventajas de cara a la terapia.
Para empezar, la primera reacción de una persona cuando se le presenta un problema no es acudir al psicólogo a que se lo resuelva sino intentar solucionarlo por sí misma. Luego le preguntará a amigos, familiares o incluso a otros profesionales, desde psiquiatras a curanderos, etc.
Si nada de esto funciona, entonces es cuando acuden a un psicólogo. Así son las cosas pero en lugar de resignarnos, aprendimos a sacarle provecho a esta situación. Es más, a veces hasta es mucho mejor para nosotras si no somos la primera opción de la persona que acude a nuestra consulta.
Ventajas de no ser la primera opción
Saber a quién ha acudido antes de a nosotras y NO les han podido ayudar es una información valiosa para la terapia: por un lado nos dice qué es lo que NO debemos hacer y por otro nos da una pista de por dónde puede estar la posible solución.
Por ejemplo, una vez vino una chica a consulta diciendo que antes había acudido a un psiquiatra que, además de haberle recetado su buena dosis de pastillas, le había pedido que rellenase un autorregistro de la conducta problema. Ella odiaba tener que andar pendiente de registrarlo todo, no lo veía útil y pensaba que lo que necesitaba era hablar un poco sobre el tema antes de ponerse a hacer nada.
Bueno, ya sabíamos algo, nada de autorregistros y que lo que quería era hablar. Si no hubiera acudido de primeras al psiquiatra, no habríamos sabido esto.
Claro que para saberlo, hay que preguntarlo. No suelen ser cosas que la gente diga de manera espontánea, bien por pudor o bien porque no lo consideran importante para la terapia actual.
A veces con las prisas se nos olvidan estos detalles que pueden resultar claves para marcar la diferencia. Uno de los objetivos fundamentales de la terapia breve es que las sesiones no se conviertan en un intento de solución más, en un “más de lo mismo” que contribuye a mantener el problema en vez de a solucionarlo.
Otra ventaja es que podemos explorar lo que llamamos “los intentos de solución”: aquello que han intentado hacer por su cuenta y tampoco ha funcionado. Por supuesto, esto también hay que preguntarlo de manera explícita porque lo que le sale a los pacientes es quejarse y describir el problema con todo lujo de detalles.
Es nuestra misión redirigir el discurso desde el problema hacia las soluciones.
Por ejemplo, unos padres acudieron a consulta por un problema de comportamiento de su hijo de 7 años. Nos explicaron muy bien todo lo que hacía su hijo, las rabietas que tenía, las patadas, los insultos, etc. Cuando les preguntamos qué es lo que hacían ellos cuando su hijo gritaba o pegaba, se quedaron perplejos y tuvieron que pararse un poco a pensar la respuesta.
Las personas estamos muy poco acostumbradas a ver que siempre estamos intentado solucionar los problemas y que es precisamente ahí donde nos podemos quedar atascados.
Pero claro, si en terapia no lo preguntamos, es como si no existiese.
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