El otro día mi pareja descubrió la palabra brilli brilli. La vio escrita en una agenda en la Fnac mientras buscaba un regalo para sus padres. A mí me hizo mucha gracia que lo descubriera porque nuestros hijos llevaban tiempo usándola.
Al volver a casa, coincidió que mi hijo mayor dijo: “Mira papá, los abuelos nos han regalado unas pegatinas con brilli brilli.” Desde entonces, mi pareja ve “brilli brilli” por todas partes.
El lenguaje transforma la realidad en la que vivimos. No sólo eso, transforma también la percepción que tenemos de las cosas y nuestras propias emociones.
No es lo mismo decir: “los abuelos nos han regalado unas pegatinas que brillan” que “los abuelos nos han regalado unas pegatinas con brilli brilli.”
¿Sabéis la diferencia? Probad a decir las dos frases en voz alta a ver si notáis algún cambio.
Mi hijo lo tiene claro, dice que brilli brilli mola más porque cuando lo dices, sonríes. Y tiene razón, hay frases o palabras que inducen sin querer un determinado estado de ánimo.
Por ejemplo:
“Brilli brilli” induce felicidad.
“Control” induce miedo y frustración.
Etc.
Por eso los psicólogos nos tenemos que hacer expertos en el lenguaje y elegir con mucho cuidado las palabras que utilizamos con nuestros pacientes. Contar las cosas de una manera u otra puede suponer la diferencia entre el éxito o el fracaso de la terapia.
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