A mi hija últimamente le ha dado por jugar a médicas. Tiene su maletín con todo lo necesario para curar: desde un estetoscopio hasta una bolsita con suero.
El otro día, cuando yo estaba con gripe, me dijo que me iba a curar en un momento. Toda seria, se puso el estetoscopio en las orejas y me preguntó:
“A ver, ¿dónde tienes TÚ el corazón?”
Yo, toda seria también, le indiqué donde estaba mi corazón y empezó a curarme.
Esta pregunta me pareció genial. Por supuesto, si una médica de verdad que me fuese a auscultar me preguntase lo mismo, huiría rápidamente. En cambio, en psicología, estas preguntas aparentemente obvias son necesarias.
Porque nuestro material de trabajo no es el cuerpo físico sino que son las emociones, los pensamientos, las sensaciones, etc. Y todo esto, cada uno lo tiene en un sitio distinto y no nos duele a todos por igual.
Por eso, una máxima que seguimos en consulta es NO DAR JAMÁS NADA POR SENTADO.
Esto nos lleva a hacer preguntas aparentemente absurdas pero que nos resultan fundamentales para entender a la persona, para saber dónde está SU corazón.
A veces tengo la sensación de que nuestro trabajo consiste en hacer las preguntas que nadie se atreve a preguntar por miedo a quedar como un idiota.
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