Cuando trabajaba en la pública, había una pregunta de los pacientes que ponía a todos los profesionales nerviosos, sobre todo si la hacían hacia el final de la consulta o al cabo de dos o tres sesiones:

¿Me podrías hacer un informe?

¿Por qué es tan molesto esta cuestión? Estaban en su perfecto derecho de pedirlo así que en principio la incomodidad que sentía debía ser más mía que de ellos.

La respuesta más obvia a esa incomodidad era que no me gustaba hacer informes y punto pero había algo más.

A veces me sentía como estafada por el paciente. Sentía que no acudía a consulta para pedir ayuda psicológica sino para que le hiciéramos un informe y nada más. Por supuesto, esta sensación de engaño seguía siendo un problema mío porque los pacientes están en su derecho de pedir informes, al menos en el ámbito donde yo trabajaba.

Cuando comprendí que redactar un informe era también una manera de ayudar, esta sensación de engaño desapareció. Al fin y al cabo en la pública (y en la privada) no nos dedicamos sólo a psicoterapia.

Sin embargo, me seguía molestando un poco que no me lo dijesen desde el principio, como si no confiaran en mí. Una vez más, problema mío que ha desaparecido desde que comprendí lo siguiente:

Los pacientes no tienen por qué contar toda la verdad en la primera consulta. Es más, no tienen que contar la verdad en psicoterapia. Sólo deben decir aquello con lo que se sientan cómodos.

Pedir un informe no es agradable para muchos y, sin mala intención, posponen el asunto. Así que parte de nuestro trabajo es conseguir que la persona que acude a consulta se sienta cómoda y segura para expresar lo que quiere.

Una de las primeras preguntas que le hacemos a nuestros pacientes, después de explicarles las marcas de contexto  y recoger sus datos es:

¿Qué quieres conseguir viniendo aquí? o ¿en qué podemos ayudarte?

De esta manera vamos enfocando la terapia desde el primer momento hacia los objetivos en vez de hacia la queja. Es lo que dicen los libros que hay que hacer. Curiosamente, gracias a esta pregunta, el tema del informe sale casi desde el minuto uno. Al fin y al cabo, es uno de los objetivos del paciente acudiendo a consulta.

Por supuesto, la terapia, como la vida, no siempre sale como explican en los libros y hay situaciones en las que esta pregunta no funciona tan bien como debería:

En primer lugar, están las personas que necesitan primero quejarse antes de ponerse a hablar de objetivos. Estamos entonces ante alguien que quiere algo diferente a lo que podemos ofrecer de primeras y está en nuestra mano el adaptarnos o no.

En segundo lugar, las personas que no pueden decir lo que quieren porque les da vergüenza o porque si lo hacen, podrían perder algo en su vida.  Solemos detectar este problema cuando hay unos objetivos claros pero no parece que quieran trabajar para conseguirlo.

Algunos lo llaman resistencia al tratamiento pero a nosotras no nos gusta ese término.

Nos gusta pensar más bien que somos nosotras como terapeutas las que estamos haciendo algo mal y que hemos enfocado el problema de manera equivocada. De esta forma, siempre nos queda un margen de maniobra que con la “resistencia al tratamiento” no existe.

Así pues, o bien los objetivos no son los adecuados o bien la estrategia que seguimos no es la correcta.

En cualquiera de los dos opciones habría que hablarlo con el paciente, y si él suele acudir acompañado, mejor que este momento sea a solas. De esta forma conseguimos aclarar la mayoría de los casos que nos hacen sentir que no estábamos trabajando en la misma dirección que el paciente y poder reconducir la terapia hacia un nuevo rumbo (o darla por finalizada si se da el caso).