Hace unos años acudieron a consulta una madre y su hija de 16 años. Su queja: se llevan fatal y quieren llevarse mejor. La hija no quería venir pero aceptó para que no la acusaran de no intentarlo. Hablamos durante una hora y les pongo la siguiente cita.
A los quince días vuelven y la madre me dice que, al salir de la primera cita, su hija le comenta: “pues al final no nos ha dado la razón a ninguna de las dos.” Esta vez, sí tenía a dos personas que querían estar en la consulta.
Cuando un padre o madre llama para pedir cita para su hijo/a adolescente, lo primero que preguntamos es ¿quiere acudir? En función de lo que nos diga, se nos pueden dar tres situaciones:
Que nos diga que sí quiere acudir.
En este caso pedimos a uno de los padres que por lo menos acuda a una primera cita para que nos firme un consentimiento informado y demás papeleo. Luego una vez en consulta, ya vemos si es mejor que esté el adolescente solo, con todos, mitad solo y mitad con los padres, etc.
Que nos diga que no quiere acudir pero que ellos lo llevan igual
En este caso le transmitimos a los padres que le digan de nuestra parte que no es necesario que hable ni que responda a ninguna pregunta si no quiere.
Una vez que está en consulta, pues vemos qué ocurre.
A veces resulta que, como el ejemplo que puse al principio, la chica no quería venir pero terminó hablando y acudiendo una segunda vez.
Sin embargo, otras veces el/la adolescente efectivamente se niega a hablar y muestra un rechazo abierto a estar en consulta. En este caso, la norma habitual en nuestra consulta es darle a elegir: o esperar en la sala de espera o quedarse en consulta mientras hablamos con sus padres.
La idea es no esforzarse demasiado por convencer al adolescente para que se quede y participe. Él o ella es dueño/a de su vida y tiene poder para decidir. Nosotras estamos dispuesta a ayudar en lo que haga falta pero no vamos a tirar del carro solas.
Que nos diga que no a a acudir de ninguna manera
Éste es el tercer caso y, a decir verdad, es el menos habitual de todos pero sí nos ha pasado alguna vez.
En esta situación, invitamos a los padres a acudir a una primera consulta con el objetivo de valorar el problema y ver dos cosas:
Si hay algún modo de convencer al adolescente para que acuda a consulta (ofrecerle una sesión a solas, por ejemplo).
Para transmitir nuestro mensaje solemos pedirles a los padres que le digan algo al adolescente de nuestra parte. Sin embargo hay otra opción que nosotras en particular no hemos utilizado nunca pero la contamos aquí porque nos parece una idea interesante. Consiste en escribirle una carta al adolescente. En ella podríamos exponer nuestra visión del problema, solicitarle ayuda o reconocerle el derecho a no acudir, por poner algunos ejemplos.
La otra cuestión que queremos valorar en este primera sesión es la de si podemos mejorar la situación familiar trabajando solamente con los padres. Esto suele ser lo más habitual.
Como tenemos la suerte de ser sistémicas, creemos que cambiando a una parte del sistema familiar, podemos cambiar el sistema en sí y por lo tanto, que el hijo o hija cambien también.
Dicho de otro modo: si conseguimos que los padres se comporten de manera diferente en casa, el o la adolescente también cambiará. Esto es una teoría que nos resulta muy útil a nosotras y así se lo hacemos saber a los padres, que aunque no lo tengan del todo claro, suelen captar la idea.
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