Algunas consecuencias de la sobreestimulación infantil

Psicopatología

“Los niños son como esponjas”. Se trata de una frase hecha, que no por tópica, carece de significado real. Muestra, de manera muy gráfica, la llamada plasticidad del cerebro, es decir, la capacidad que tiene este órgano para modificar su estructura en respuesta a las experiencias adquiridas. Y es sobre todo en los primeros años de vida cuando esa capacidad para “absorber” datos del exterior y, con ellos, moldear las áreas cerebrales, está en su máximo apogeo.
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Los niños están sometidos a una estimulación externa muy superior a generaciones pasadas. Pero, ¿hasta qué punto tanta estimulación es positiva?, ¿deja paso a la imaginación? ¿puede explicar la sobreestimulación algunos casos de problemas tan habituales como el trastorno por déficit de atención?

Además de los estímulos naturales, los de toda la vida, están recibiendo constantemente, sin pausa, inputs a través de todos y cada uno de los sentidos: juguetes estridentes, dibujos animados y videojuegos llenos de color, sonido y movimiento, miles de aplicaciones, libros con sonidos y tactos, gominolas que saben de tres formas dependiendo de si las acabas de meter en la boca, las estás mordiendo o ya tragando… además de todo esto y a medida que se hacen mayores, llenamos sus agendas con interminables jornadas escolares que se completan con horas de estudio en casa (y pobres de ellos como no hagan los deberes, aún excediendo las 40 horas semanales que los adultos tanto exigimos), miles de actividades extraescolares (que les convierten en aprendices de músicos, bailarines, deportistas… y que convierten a sus padres en chóferes, robando el tiempo compartido entre ambos).

Algunos estudios ya plantean el efecto de la “tolerancia” aplicada a la estimulación: una vez el organismo se acostumbra a una dosis de estimulación, ésta deja de ser suficiente por lo que comienza una búsqueda cada vez mayor para evitar el aburrimiento. Y así podrían explicarse algunos casos de hiperactividad, por la búsqueda desesperada de más y más para calmar la sed de estímulos.

Esto no es exclusivo de los niños. Los adultos también estamos expuestos a un nivel de estimulación excesiva. Cuántas veces me habré sorprendido leyendo los titulares del periódico a la vez que consulto alguna red social y hablo por teléfono. ¿Cuánta gente es capaz de sentarse a escuchar música sin hacer absolutamente nada más?

Además de la cuestión de la tolerancia y la hiperactividad que ésta puede desencadenar, la sobreestimulación nos acostumbra al mucho pero superficial. Hay tanta información a nuestro alcance que apenas nos paramos, leemos titulares por el aire sin apenas analizar en profundidad las noticias. Porque si de verdad analizásemos toda la información a la que tenemos acceso nos harían falta dos vidas. ¿qué conlleva esto? Pues que cuando nos tenemos que parar a estudiar algo con calma nos salta el chip del aburrimiento y cuesta seguir centrado en eso sin saltar a otra cosa.

Cuando leo las cada vez más frecuentes críticas al sistema educativo actual, pienso que realmente a los niños se les está pidiendo algo para lo que no están preparados (lo estaríamos los adultos de hoy en día?). Acostumbrados al mucho pero superficial, se les pide poco pero en profundidad. Además de todo lo relacionado con la metodología de estudio que eso ya es un tema aparte.

Todo esto me lleva a pensar que algunos casos catalogados como trastornos por déficit de atención no sean más que niños acostumbrados a saltar de una información a otra, de una pantalla a otra, que no son capaces de tolerar estar sentados en su pupitre con el mismo texto delante durante una hora y que “aún por encima” ni se mueve ni suena.
Además de la tolerancia y el aburrimiento, otra de las consecuencias de la sobreestimulación es la forma en que se limita la creatividad. En una vida en la que todo está programado, en la que los juegos son estructurados y se suceden unos tras otros en el tiempo… no hay paso al aburrimiento, no hay necesidad de inventar, de ser creativos (componente fundamental, por cierto, de lo que se conoce como inteligencia).

Los niños necesitan tiempo para hacer cosas que no estén estrucutradas o pautadas previamente. Necesitan experimentar con cosas nuevas, en la naturaleza, sin objetos que pauten sus comportamientos (o pensamientos).

En definitiva, sobreestimular estableciendo desde el exterior todas y cada una de sus actividades genera hiperactividad, limita la capacidad para centrarse en una sola cosa y analizarla en profundidad y, quizás el peor efecto, no deja paso a la imaginación.

 

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