El problema viene cuando la preparación nunca llega y cada vez esa tarea se ve más lejana y difícil, como si fuera cada vez un monstruo más grande imposible de afrontar.
Aunque esto suena a la dinámica que ocurre en las fobias (iré en avión cuando me sienta preparada pero cuanto más pasa el tiempo más miedo me da y menos preparada me siento por lo que más lo evito) es aplicable igualmente a otros problemas como la falta de ganas. Y es que es frecuente recibir en consulta a personas que tienen una vida estimular ínfima, que pasan el día en casa sin hacer nada, esperando que llegue el día en el que tendrán la fuerza y la motivación necesarias para hacer algo. Es el mismo círculo: estoy baja de ánimo por lo que dejo de hacer cosas pero resulta que cuantas menos cosas hago, menos me apetece hacer y peor de ánimo me siento. Por eso, en estos casos, y casi a modo de estrategia de exposición al objeto temido, buscamos formas para que las personas empiecen a hacer cosas aún sin ganas, como una forma de empezar a ver ese monstruo más pequeño, de retomar el contacto con el mundo y, con ello, los reforzadores ambientales.
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