Desconozco el origen del nombre acuñado a este tipo de relaciones pero me parece acertado dada su similitud con la adicción a las drogas: a pesar de saber que son perjudiciales, no es fácil dejarlas. Cuando preguntamos a las parejas que están en esta situación por los motivos que les hacen continuar, suelen aludir, de una u otra forma, a que los momentos buenos son muy buenos. Tan buenos que no quieren (o no saben, o no pueden) prescindir de ellos.
Quién no conoce a alguien que cada dos por tres se queja de lo infeliz que le hace su relación de pareja, de lo difíciles que son los malos momentos y de las ganas que tiene de abandonar la relación. Pero lo cierto es que pasan los años y la pareja no acaba de romperse. Su relación sigue una especie de secuencia predecible en la que, en algún momento, lo maravilloso pasa a ser insoportable y el otro amado se convierte casi en un desconocido. Y como después de la tormenta siempre llega la calma, tras los momentos malos llega una especie de luna de miel en la que ambos miembros de la pareja se encuentran cómodos, creyendo que, por fin, han encontrado la estabilidad que buscaban. Hasta que llega de nuevo la tormenta. Y así una y otra vez.
Aunque toda relación en la que hay un maltrato puede ser considerada como tóxica, no todas las relaciones tóxicas se caracterizan por el maltrato de un miembro de la pareja hacia el otro. Y es importante puntualizar que lo escrito en este post excluye cualquier relación de dominación y maltrato (físico o verbal) de una persona sobre otra (el tratamiento de estos casos es bien distinto al expuesto aquí). Así, hay relaciones que también pueden ser consideradas tóxicas y que se caracterizan por la existencia de problemas de comunicación, manipulación, mentiras o chantajes.
Son relaciones en las que, generalmente, ambas partes de la pareja sufren. Una relación de pareja necesita mucho más que cariño. Las relaciones sanas se caracterizan por el respeto, la sinceridad, la empatía y la sensibilidad. La intervención terapéutica debe estar orientada hacia el autocontrol, la autoeficacia y el respeto por uno mismo.
La mayoría de las veces, cuando llegan a terapia, las personas que están inmersas en este tipo de relaciones son capaces de reconocer los malos momentos e incluso el tipo de comportamientos de uno mismo o del otro que los origina (celos, control, mentiras, chantaje, problemas de comunicación…).
Cuando ambos han tratado de cambiar las cosas sin éxito (con o sin ayuda), llegamos al punto de tener que tomar una decisión: decido permanecer en esta relación en la que hay cosas que no me gustan, que me hacen tremendamente infeliz y que sé que no van a cambiar pero que se ven compensadas por los buenos momentos, o bien decido abandonarla.
La elección de la primera alternativa supone un cambio con respecto a lo hecho hasta ahora. La persona (o ambas partes de la pareja) se compromete a asumir la parte mala de la relación sin quejas y sin pretender cambiar al otro. Se compromete porque tiene la capacidad de decidir libremente sobre su vida, y decide que quiere continuar con la otra persona a pesar de todo.
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