La nueva psicopatología (VI): “Trastorno por Déficit de Humor”

Psicopatología

Hoy volvemos con una nueva entrega de la serie “La nueva psicopatología”, una clasificación de enfermedades mentales carente por completo de rigor científico pero que a nosotras nos resulta útil para la terapia. Recordad que la idea de esta clasificación no es simplemente describir un conjunto de síntomas que no dejen posibilidad de maniobra a las personas que lo padecen.

El objetivo es crear un compendio de psicopatología con un común denominador: su curación pasa por que el paciente haga algo diferente en su vida. Pueden ser grandes o pequeños cambios, da igual, lo importante es que sea algo diferente a lo que está haciendo… porque lo que está haciendo no le funciona para curarse.

Trastorno por Déficit de Humor

Varón*, de 38 años. Casado y con dos hijos. Tiene un trabajo importante en una empresa importante, con varios empleados a su cargo. Ha estudiado y trabajado duro toda su vida. Todo lo que esté por debajo de la perfección es basura para él.

Describe a sus hijos de 8 y 6 años como demasiado infantiles e irresponsables. Cuando juega con ellos se enfada porque no siguen las (sus) normas. Su mujer también está llena de defectos y no sabe cómo decirle para que haga bien las cosas.

Con sus empleados le ocurre algo parecido, hasta el punto de que al final es él el que hace todo el trabajo. No puede delegar en nadie porque no hay nadie que haga el trabajo como él.

Tampoco recuerda la última vez que se ha reído.

Tiene un trastorno por déficit de humor. Una de las patologías más graves de nuestro tiempo.

El diagnóstico es bien sencillo: si no es capaz de reírse en ningún momento de sí mismo, ni de ver un poco el lado divertido de nada, está claro, padece el TDH. Hasta el momento, nadie ha dudando de la existencia de tal patología (al contrario que el TDAH, por cierto).

La persona con TDH cree que todo en la vida requiere un gran esfuerzo y sacrificio, que todo lo que le ocurre a él y al mundo es importante y trascendental.  Para él, la risa es algo inútil y como tal, no merece su reconocimiento. Piensa que si se ríe, perderá todo su poder y la gente dejará de respetarlo.

Un paciente aquejado de TDH no suele tener conciencia de enfermedad y cuando acude a consulta suele ser porque necesita ayuda para que los demás entiendan cómo hay que hacer las cosas porque él ya no puede seguir con el ritmo que lleva. “Estoy estresado, la gente no me entiende”, será su queja principal.

No se da cuenta de que los demás cambiarán cuando él recupere su risa.

Estos pacientes suponen un gran reto para los terapeutas, especialmente para aquellos que utilizamos el sentido del humor como “medicina”. Es como darle penicilina a un alérgico: simplemente no podemos hacerlo.

Así que si nuestra mejor arma, no nos queda otra que recurrir a lo básico: hablar el lenguaje del paciente. Ponernos igual de serios y transcendentales que él y, poco a poco inocularle pequeñas dosis de sentido del humor.

Debemos ir despacio, no sea que se dé cuenta de lo que hacemos y las rechace de pleno. Es un baile de seriedad en el que de vez en cuando, nos marcamos un pasito de humor. Así, como quien no quiere hacerlo.

Con estos pacientes, hay que hacer una constante valoración de la terapia, pedir perdón “si nos hemos pasado” y retroceder si es preciso. De esta forma, nos vamos ganando su confianza para que nos deje mover un poco su visión del mundo.

El día que consigamos que se ría en consulta, lo tendremos ganado para siempre. Y el día que consiga él hacer algo inútil como jugar con sus hijos o ver una película mala, se habrá curado.

 El TDH es una enfermedad más común de lo que la gente se piensa y lo peor es que a veces puede llegar a ser contagiosa ya que la persona con déficit de humor suele ser capaz de crear climas hostiles que no favorecen la aparición de la risa.

Si observamos que alguien está contagiado pero que no es el foco principal, deberemos comenzar por ellos, ya que será más fácil que recupere su humor la persona contagiada que no la que tiene un TDH puro.

Desde nuestra perspectiva, el Trastorno por Déficit de Humor es uno de los más complicados de gestionar en consulta y uno de los que más sufrimiento generan, tanto en el paciente como en las personas que le rodean.

Porque si no es capaz de reírse de sí mismo ¿qué le queda?

*Caso completamente inventado. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

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