Sí, cariño
No me concentro, no soy capaz
que me ayudes,
Giorgio Nardone, en su libro “Modelos de Familia” describe de forma magistral las dinámicas actuales de relación familiar, yendo mucho más allá del clásico control/afecto. Nardone identifica seis modelos diferentes, que denomina: Autoritario, Delegante, Intermitente, Sacrificante, Democrático-Permisivo e Hiperprotector. Vamos a centrarnos en las dos últimas dinámicas, que explican una gran parte de los problemas por los que los niños son traídos a consulta.
El modelo hiperprotector se identifica porque los padres se ponen en el lugar de los hijos, para compensar su supuesta fragilidad; En el democrático-permisivo,padres e hijos son amigos y, en consecuencia, desaparece la autoridad.
Según Nardone, Giannotti y Rochi, el enfoque Democrático-Permisivo se caracteriza por la continua evitación de conflictos por parte de los padres que consideran la paz familiar como el objetivo supremo a alcanzar, por lo que cederán a cualquier petición de los hijos. Las reglas cambiarán constantemente para satisfacer las necesidades siempre crecientes de los niños, que no tendrán límite alguno.
Además, las opiniones de los padres y de los hijos son equivalentes: las reglas de la vida familiar son determinadas entre todos. Esta forma de democracia impone que se valoren conjuntamente también las reglas y las sanciones y, en estos casos, se puede apreciar cómo, en el seno de la familia, se produce un clamoroso cambio de dirección: los hijos, llevados a la mesa de las decisiones para satisfacer la necesidad de democracia de los padres, se convierten en perfectos tiranos.
Además, es característica del modelo permisivo la creencia de que, para resolver un problema del menor, basta reforzar la estima que él tiene de sí mismo. Por ello, hay que asegurarle cada día que es fantástico. Sin embargo, la autoestima solo se logra a través de una sólida base de conquistas y de éxitos, permaneciendo vacía de significado si está basada exclusivamente en mensajes de valía.
En el modelo de familia Hiperprotector, los padres están completamente absortos en la resolución de los problemas y en la satisfacción de cualquier deseo del hijo. Substituyen continuamente a los hijos, tratan de hacerles la vida más fácil eliminando todas las dificultades, hasta llegar a intervenir directamente haciendo las cosas en su lugar. El mensaje que llega al hijo es claro: “No te preocupes de nada; tus padres lo resolveremos todo”. El hijo queda siempre en posición de inferioridad; en todo momento, los padres que prestan su ayuda al hijo le transmiten el mensaje de que no puede resolver autónomamente ningún problema y, pasado cierto tiempo, el hijo empieza a comportarse como si esto fuese cierto; como una profecía autocumplida, evita hacer todo lo que sus padres hacen por él. Los padres satisfacen constantemente los deseos del hijo sin recibir nada a cambio y, con el tiempo, crean a una persona que sólo sabe recibir, que pretende tener cada vez más sin hacer absolutamente nada.
En este sentido, la hiperprotección parental determina el nacimiento de un egoísta incapaz de afrontar ninguna situación que le presente la vida. Además, el incumplimiento de las reglas no conlleva sanción alguna, salvo la comunicación: “Si te opones, harás sufrir a tu papá y a tu mamá”. El mensaje que transmiten los padres hiperprotectores mediante este modelo es doble; el primero, más explícito; el segundo, más sutil y devastador:
–
A través de tus padres puedes tener todo lo que desees, con independencia de lo que hagas o de los resultados que obtengas.
–
Eres un incapaz que, sin la familia, no puedes conseguir nada en la vida.
Los padres hacen muchas preguntas al hijo en relación con a dónde va y qué hace, buscando continuamente posibles dificultades para anticipar y prevenir. Rara vez son capaces de intervenir fijando normas severas y supervisando su cumplimiento. La amenaza con la retirada de privilegios es habitual, pero ésta nunca o casi nunca se llega a efectuar.
Para el hijo, de cuanto antecede se desprende la idea de que los premios no dependen de lo que hace o de los resultados que, como hijo, obtiene, sino de su mera existencia. Piensa así: puesto que existo, las cosas me corresponden por derecho y no he de hacer esfuerzos para conseguirlas. Habitualmente, la madre lo hace todo y el padre o se conforma con la intervención materna, o se esfuma, o se vuelve permisivo para evitar ser querido menos tendiendo, en ocasiones, a abandonar su rol de padre para adoptar el de ‘amigo’ del hijo; El hijo está cada vez menos obligado a pasar cuenta de sus acciones: se desanima a la mínima, no acepta las frustraciones y reacciona violentamente si sus deseos y necesidades no son satisfechos por el solo hecho de haberlos expresado. El hijo cada vez tiene menos responsabilidad y cada vez se pide menos de él.
Ambos modelos tienen en común la absoluta falta de deberes de los hijos; de una u otra manera, los padres responden siempre afirmativamente a sus peticiones. Esta tendencia a darlo todo incondicionalmente sin recibir nada a cambio impide el desarrollo del sentido de la realidad y de la capacidad de soportar cualquier clase de frustración.
Con la intención de no hacer sufrir a los hijos, sometiéndolos a los pequeños fracasos y a las dificultades típicas de la juventud, estos padres crían a unos individuos incapaces de resolver ninguna situación problemática. Ambas dinámicas tienen su manifestación en el ámbito escolar: los padres hiperprotectores buscaran por todos los medios la forma de que sus hijos lleven los deberes hechos: pasarán sentados con ellos toda la tarde hasta terminar haciéndoles los deberes, llamarán a otros compañeros para saber los deberes que tienen, les pagarán horas de clases particulares… todo esto con el objetivo de que consigan los resultados excelentes que consideran justos, y, al no obtener unos resultados apreciables, pensarán que los enseñantes son incapaces, absolviendo una vez más a los hijos de toda responsabilidad. Los padres democrático-permisivos criticarán más rápida y abiertamente las metodologías escolares de atribución de méritos en la medida en que no respetan sus ideas “democráticas”, y se enfrentarán directamente con los enseñantes que, a su modo de ver, serán, evidentemente, demasiado autoritarios.
¿Son entonces los padres los culpables de todo? En terapia preferimos preguntarnos “¿En mano de quién está la solución?” No se trata de buscar culpables sino de identificar a la parte de la familia que esta más dispuesta al cambio. Lo que está claro es que el “mi hijo tiene un problema, arréglemelo y en un rato vengo a buscarlo” no es un buen comienzo.
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