¿Cuánto duele el duelo? Claves para entender el proceso

Psicoterapia

El duelo duele. Inevitablemente.
Sin atenuantes. Sin paliativos. Duele porque tiene que doler. Porque
es necesario asimilar lo perdido, lo que no va a volver más. Igual
que el miedo salva, el dolor cura. Y cuando no dejamos doler al
duelo, psiquiatrizando, medicando, estamos poniendo obstáculos.
Porque la cura no está en el olvido sino en la recolocación de lo
perdido en un lugar donde ya no haga daño. Y para esto se necesita
estar despierto, pensar, sentir, doler… y tiempo.
Y cuando el tiempo y el dolor no
terminan de entenderse, cuando se hace insoportable la vida así,
entonces es cuando lo “psi” tiene sentido. Pero buscando
siempre la elaboración de lo perdido. Evitando la negación, el
olvido como estrategia. Desafiando la imagen de lo perdido para
equilibrarla, tentando a las emociones, dando permiso para seguir
viviendo.

El duelo es un proceso activo en el que una persona que ha perdido algo importante para ella se adapta y se dispone a vivir sin ello. El duelo no se circunscribe a la muerte de un ser querido, se habla de pérdida como cualquier daño en los recursos personales, materiales o simbólicos con los que hemos establecido un vínculo emocional (John Harvey y Ann Weber, 1998). Por ello, situaciones como la jubilación, el cambio de colegio, la vejez… pueden suponer el inicio de un proceso de duelo: por lo que el trabajo aporta a la identidad de una persona, por los compañeros que ya no están o por la vida pasada que no vuelve.

“A veces sueño con volver a ser el que era cuando soñaba con llegar a ser el que soy hoy” (en Las libretas de José).

Existen multitud de descripciones acerca del proceso de duelo. En éstas, el duelo es entendido, bien como una sucesión de fases, bien como una serie de tareas que el sujeto, de forma activa, debe ir haciendo. En la actualidad parece más aceptada la clasificación en tareas que en fases ya que, además de considerar al sujeto un agente activo en su recuperación, no presupone un orden fijo o sano. La clasificación por fases más conocida es la de Kübler-Ross (negación, depresión, cólera, reajuste, adaptación). El primero en hablar de tareas del duelo fue William Worden (aceptar la realidad de la pérdida, experimentar las emociones vinculadas a la pérdida, capacitarse para desenvolverse sin el objeto perdido, recolocación de lo perdido de modo que no impida el investimento afectivo en otros objetos).

La aceptación de la pérdida es condición de posibilidad de trabajo de duelo. El fracaso en la misma se manifiesta desde una ligera distorsión al engaño total (guardar en casa el cuerpo durante varios días, guardar las pertenencias tal cual las dejó durante un tiempo prolongado y preparadas para cuando vuelva…). Llegar a aceptar la realidad de la pérdida implica no solo una aceptación intelectual sino también emocional. En todas las culturas existen procedimientos para ayudar al doliente en esta tarea: funeral, visitas a la tumba, luto… Parece ser que soñar con que el fallecido está vivo facilita la aceptación debido al contraste intenso que se produce al despertar.

La capacitación para desenvolverse sin el objeto perdido tiene que ver con que normalmente nos repartimos las cargas de la vida con las personas con las que mantenemos relaciones estrechas. Cuando nos faltan esas personas, a veces, no somos capaces de afrontar problemas básicos (recibos, cuentas, alimentación…).

La recolocación de lo perdido no supone redirigir hacia un nuevo destino un afecto que de algún modo el objeto perdido ha dejado vacante (de hecho, cuando esto ocurre lo que se está haciendo es evitar el proceso de duelo).Lo que desaparece con el objeto que se pierde es un mundo habitado por él y, el doliente queda en un mundo en el que no concibe la posibilidad de amar a otro objeto (generalmente porque se le atribuye el significado de traición). Lo que culmina esta fase es la capacidad para encontrar un lugar para el difunto que permita a la persona estar vinculada con él pero de un modo que no le impida continuar viviendo (volver a disfrutar de un viaje, de la comida, salir con amigos, tener una nueva pareja…). Este proceso dura mucho tiempo (mínimo de un año) y los atajos suelen derivar en complicaciones.

 

El duelo es, por tanto, un proceso emocional según el que, quien lo realiza, es capaz de reconstruir su mundo sin el objeto perdido, tratando de dotar de un nuevo sentido a los elementos y construyendo una nueva realidad, diferente de la anterior. Es habitual que durante el proceso de duelo se desarrollen patrones de sentimientos y conductas que no deben ser considerados como patológicos. Algunos de ellos son la tristeza, el enfado, la culpa y el autoreproche, la ansiedad, la soledad, la incredulidad, la confusión, sentido de presencia, trastornos del sueño y alimentarios, búsqueda de objetos del fallecido… Entonces, qué diferencia un duelo normal de un duelo complicado? Parkes, desde la teoría del vínculo, identificó tres formas principales de duelo patológico. El duelo crónico (persistencia indefinida de los síntomas), el inhibido (ausencia de los síntomas que suelen estar presentes en un duelo normal) y diferido (las emociones que no hicieron su aparición tras la pérdida se desencadenan por otro acontecimiento posterior). Es en estos casos cuando tendría sentido la intervención especializada.

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