Una sesión de psicoterapia es agotadora para el terapeuta, sobre todo si no está entrenado. Tienes que estar pendiente de muchas cosas al mismo tiempo: del lenguaje verbal del paciente, del no verbal, de lo que dices tú , cómo lo dices y cuándo lo dices, etc. Y eso se multiplica si hay más personas en la consulta.
Es un poco como conducir: Hay que mirar por el retrovisor, pisar el embrague, cambiar de marcha, mirar otra vez, poner el intermitente, etc. Casi todo eso se vuelve automático y ya a uno no le ocupa espacio en la cabeza y puede escuchar música, hablar con el copiloto o pensar en la lista de la compra.
En terapia pasa algo parecido, muchas de las cosas que al principio nos cuestan como saber si la persona que acude es cliente o visitante, se van automatizando y dejan paso a otras más complejas como ir pensando en la tarea sobre la marcha para poder ir vendiéndola durante la sesión.
Para poder llegar hasta ese punto tienes que practicar mucho, y mejor con supervisión para que te puedan avisar de los errores que cometes. En este post, vamos a ver los errores más comunes que cometemos los psicólogos cuando estamos empezando (y cuando ya llevamos unos años también que en psicología uno no deja de aprender). Son:
No escuchar
¿Sabes qué es lo que distingue a los buenos actores de los malos? En que los primeros cuando actúan, reaccionan a lo que el otro actor les está diciendo mientras que los segundos se limitan a esperar a que el otro acabe para decir su frase.
A los psicólogos nos pasa lo mismo. Tenemos tantas preguntas en la cabeza, esquemas sobre lo que hay que explorar y lo que no, que se nos puede olvidar a veces que la persona que tenemos delante nos está contando una historia, SU historia.
Cuando empezamos a trabajar y no tenemos mucha experiencia nos preparamos muy bien las sesiones, nos aprendemos de memoria las preguntas que tenemos que hacer, la tarea que le vamos a dar y cómo venderla, etc.
Con el tiempo, nos hemos dado cuenta de que las mejores sesiones, las más terapéuticas, fueron aquellas en las que entramos sin tener ni idea de lo que decir ¿sabes por qué? Pues porque tuvimos que escuchar atentamente lo que nos decía el paciente para poder trabajar.
Tener mucha prisa
Este error deriva un poco del anterior, de no escuchar y de querer explorarlo todo en la primera sesión.
Tener un guión previo de preguntas está genial, es como tener un mapa que nos guía por el camino. Pero no olvides que el mapa no te dice dónde detenerte a contemplar las vistas ni dónde pasar un poco más deprisa.
Si te limitas a “hacer una entrevista” sin escuchar, te perderás temas importantes donde igual es mejor detenerse. Entonces la sesión se volverá confusa ya que pasarás de un tema a otro sin profundizar nada.
Disparar una metralleta de tareas
Si hay algo que caracteriza a la terapia breve, es la originalidad de sus tareas, y su efectividad si se saben utilizar.
Por eso, cuando un psicólogo/a comienza a aprender las técnicas básicas, se puede ver seducido por ellas y comenzar a usarlas a diestro y siniestro. Esto le puede llevar a meter la pata porque:
No adapta la tarea a la persona que tiene delante. La dice tal cual el guión y eso casi nunca funciona.
No vende bien la tarea. No se para a explicarla con claridad y supone que la otra persona lo ha entendido perfectamente.
Da muchas tareas: sin venderlas ni adaptarlas con lo cual “quema cartuchos” y tareas que pueden ser útiles en una tercera sesión los pacientes ya no querrán hacerlas porque se la vendieron mal en la primera.
Falta de humildad
A medida que pasa el tiempo y vas teniendo tus primeros éxitos como terapeuta, puedes llegar a creer que dominas cierto trastorno o cierto problema.
Entonces llega un paciente nuevo con una queja similar y ya sabes lo que hay que hacer.
Le escuchas, le vendes la tarea y se la propones. Y entonces ocurre. El paciente comienza a poner objeciones y dificultades. Y tú desconcertado continúas en tus trece, convencido de que esta tarea es la única posible para que el paciente mejore.
Si haces esto, ten por seguro que o bien tendrás un abandono, o la terapia se atascará sin remedio.
El paciente siempre será el mayor experto en sí mismo y si él dice que algo no va a funcionar, no lo hará. No hay un solo camino para resolver los problemas y tienes que tener la humildad suficiente para, si te rechazan una tarea, rectificar y cambiar de sentido para mantener sana la relación terapéutica.
Porque una cosa es cierta: podemos influir mucho en la vida de las personas pero también es cierto que hay muchas otras cosas en su vida que pueden contribuir a la mejoría.
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