¿Qué pasa si un paciente nos da pena? Eso es bueno ¿no? Quiere decir que empatizamos con él, con su dolor y su sufrimiento. Quiere decir que somos capaces de ponernos en su lugar y ver el mundo desde su perspectiva.
Error.
Que un paciente nos dé pena puede perjudicar la terapia. En centros especializados en cuidados paliativos lo saben muy bien y los psicólogos supervisores trabajan desde el minuto uno con el sentimiento de pena y tristeza, mientras que en otros ámbitos lo que más preocupa es cómo trabajar con pacientes que nos caen mal.
Sentir pena no es sólo empatizar, es ir más allá, es fusionar la visión del psicólogo con la del paciente. Y ya sabemos que eso impide el cambio terapéutico. Ahora os lo explico mejor.
¿Qué ocurre cuando un paciente nos da pena?
Nos fusionamos con su visión del mundo y nos cuesta ver más allá. Mirar a través de las gafas del paciente todo el tiempo hace que, igual que él, no veamos salida a la situación, al menos ninguna que dependa del propio paciente. De esta forma, pensamos que son los demás los que tienen que cambiar para que la situación mejore y nos impide ver el potencial del paciente para generar él mismo la mejoría.Tendemos a la sobreprotección. Ser terapeuta implica saber empatizar con el paciente pero no tanto como para que no podamos “darle caña” de vez en cuando. Si no somos capaces de ver sus fortalezas, no podremos sacarlas a la luz.
Comenzamos a tratarlos como enfermos. Eso quizás es lo más peligroso porque es lo que está haciendo el resto del mundo (incluido el propio paciente). La terapia debería implicar un cambio en la visión de sí mismo pero ¿cómo cambiarla en el paciente si siquiera nosotros somos capaces de ver más allá de la enfermedad?
El resultado de todo esto es que la terapia queda bloqueada y las sesiones pasan y nada cambia. Al terapeuta le angustia cada vez más y comienza a llevarse el trabajo “para casa.” Lo peor de todo es que el paciente suele estar a gusto con el terapeuta y, aunque su situación no mejore, no se plantea la opción de cambiar, no ve que no le está ayudando lo suficiente.
¿Qué se puede hacer?
Para empezar, hay que tomar conciencia del problema. Analizar por qué nada ha cambiado. Muchas veces nos dan pena pacientes que están en circunstancias similares a las nuestras (misma edad, misma situación laboral) o que están pasando por una situación que nosotros mismos hemos pasado (adolescencia, muerte de un familiar, etc).
Otra acción que ayuda a romper esta dinámica es decirlo en voz alta (no al paciente, claro). Contarle a un supervisor, o a un compañero que Fulanito nos da mucha pena, hace que automáticamente la tensión se relaje. “Si no lo hablas, lo actúas”, decía una psiquiatra que conocí hace tiempo.
“Si no lo hablas, lo actúas”
Lo ideal sería una supervisión del caso, con alguien que pueda aportar una visión diferente que ayude a encarrilar la terapia hacia la mejoría del paciente y no sólo a la comprensión de su problema.
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